Un año más está por terminar y con él una década también.
Durante los últimos 365 días muchos nacieron, otros murieron y todos los demás celebramos, en mayor o menor medida, nuestro cumpleaños.
Recordados u olvidados los aniversarios se cumplieron.
Y hablando de aniversarios, en uno de esos top 10 que recuentan el pasado leí que en 2009 se cumplieron 400 años de que Galileo demostró que no todos los cuerpos celestes se mueven alrededor de la Tierra. Así, inevitablemente, me puse a pensar en mi existencia en este mundo, la del planeta en el sistema solar, la del Sol en la galaxia y la de la Vía Láctea en el, hasta ahora, infinito Universo.
Pensé en la inmensa cantidad de cosas que desconozco y las que desconocemos como humanidad, cosas que no somos capaces ni de teorizar. Preguntas que hay y habrá sin respuesta aún teniendo cientos de colisionadores de hadrones.
Amón cree que hay un límite para el conocimiento humano, un punto del cual ya no se puede saber más, y no porque no haya nada más que saber si no porque la capacidad de entender los demás porqués ya no es suficiente.
Puede ser que desconocer ciertas cosas sea necesario; imaginen que somos parte de un complejo y gigantesco organismo, somos el universo dentro de él, sus células o parte de sus células, y una manera de autodefensa es mantener a sus entidades ignorantes de otras… o algo así
En fin, el año termina y siempre me trae reflexiones redundantes como esta. Y a propósito del universo interior, recordé esta página de la Universidad de Utah, en ella se muestra el tamaño a escala de elementos diminutos como células y virus. Inicia con un grano de café de 12x8 mm y al hacer zoom llega hasta un átomo de carbono que mide 340 picómetros. Apenas es creíble la conjunto de sucesos que ocurren a nuestro alrededor y que por su tamaño, enorme o minúsculo, no podemos percibir.