Sí, algo muy cercano a la felicidad fue lo que sentí durante mi visita a la exposición “Salvador Dalí, juego y deseo” del museo Soumaya. Desde el primer momento en que miré las esculturas que se encuentran en Plaza Loreto mi corazón comenzó a latir rápidamente, no podía creer que aquello había sido esculpido por el mismísimo Dalí.
Es necesario atravesar el museo para llegar al sitio de la exposición, no permitiría que la impaciencia arruinara el momento, así que respiré profundo, conté hasta 10 y disfruté de las demás obras expuestas, muchas de A. Rodin y Jorge González Camarena, entre otros.
Al fin, en el fondo de la sala, las rápidas palpitaciones cardiacas regresaron al sentirme rodeada por la obra de Dalí, fui mirando las esculturas una a una, leyendo las acotaciones y por primera vez hice conciencia de que SD y yo compartimos el mundo durante algunos años, claro, durante aquel tiempo él nunca supo de mi existencia y yo era un bebe al que únicamente le interesaba comer y dormir, pero por supuesto que eso no disminuyó mi emoción, al contrario, esa emoción fue la que me empujó a romper una de las principales reglas de los museos “no tocar”; me disculpo, pero no me arrepiento, haber tocado furtivamente por sólo unos instantes al Elefante Espacial fue… wow.
Y el recorrido terminó, apenas cinco o seis piezas, no suena impresionante, pero cada una de ellas vale la pena, vayan, no se arrepentirán. Yo, por lo pronto ya espero con inquietud a que la nueva sede del museo se inaugure, allí exhibirán 42 esculturas de Dalí, seguro iré.
Esperen, entre tanta emoción todavía no les digo que fue lo mejor de ese fin: la compañía de Amón, espero pasar muchos días más junto a él.
En la imagen: "Nobleza del Tiempo", una de las esculturas de la exposición.